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viernes, 25 de febrero de 2011

EN EL RESERVADO


Lo bueno de ser maduro es tener una perspectiva más gruesa y alargada, cosa que no otorga gratuitamente madurez.
La olla de los recuerdos se espesa como el caldo de un cocido puesto al fuego demasiado tiempo, cosa que no mejora el sabor per se. Aunque en contadas ocasiones algún tropezón me hace sonreír, sin negarle por ello su regusto rancio. La imagen del hueso de pollo hervido es esta: Unos sofás de cálido y pegajoso plástico repartidos por la zona oscura de una discoteca de pueblo, dispuestos como un cúmulo de dulces deseos en el escaparate de una pastelería. Se le llamaba RESERVADO con inocencia lujuriosa. Promesas de jóvenes almas en solaz retoce. Esa era una zona. Había otra zona de baile. Y otra de pegarse. Yo era claramente de la de los sofás, aunque siempre terminaba bailando.
El día que conseguí acceder al santuario de los roces fue uno de los mejores. Menuda euforia. Linda comunicación. Me río yo de los facebookes.
De lujo, joder. Pero sin darme cuenta y por causas ajenas a este discurso, me devolvieron a la pista, pero siendo ya perro viejo cambié la pista de baile por la barra, la barra por el poblao y el descontrol por el sofá bendito de mi casa.
Vuelvo al reservado.

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