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viernes, 4 de febrero de 2011

PIEL QUE NO CUBRE CARNE



La camisa rodea un desencanto entre dos pechos de bronce y miel.

La decepción solamente surge si antes hubo dulce ilusión.

Como un débil recuerdo la chica tiembla y se resquebraja, cuando la feria de las vanidades desecha lo que cínicamente ensaliva, para más tarde escupir sin culpa.

Si el sabor deja de sorprender, aburre.

La chica, modelo de pasarela cara, se sintió como una muñequita rota tirada en un contenedor, habiendo sido antes el objeto del cariño de una niña probablemente pura.

La meseta del éxito, árida e infinita, le puso al borde del delirio al no tener nada a lo que agarrarse y se abandonó a todo tipo de sustancias insustanciales. Distintos lugares, distintos cuerpos, distintas fiestas, pero iguales soledades. Y cuando se dio cuenta, ya era demasiado tarde. Había acabado con las reservas de fármacos, de champán y de abrazos extraños. La princesa no perdió el zapato de tacón alto y fino, perdió el suelo donde pisar.

Ahora mira a través de la ventana de una habitación de psiquiátrico y ve las nubes que un día no tan lejano cubrieron París.

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