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jueves, 12 de enero de 2012

DESMORONARSE CON FORTALEZA

El pintalabios le dejaba un sabor caduco, algo parecido a su vestido más usado. Su espejo la clonaba con tristeza como sus antiguas fotos de sonrisa forzada, pero ella aguantaba con fragilidad rocosa al enfrentarse a cada pequeña cotidianidad, a cada latido involuntario; a cada bloque de tiempo aplastante.

Tenía amuletos balsámicos que la ayudaban a pisar el vacío, como esos zapatos rojos de tacones altos y finos. Aunque, cuando la emoción del viaje se ha perdido, nada sirve.

Arrostrarse a sí misma no era fácil. Darse por vencida, tampoco. Su estructura interna era de diamante y la falta de ánimo no era suficiente para cerrar el negocio.

Se desmoronaba con elegancia y decoro. Sin lamentos, flaqueza o autocompasión.

Seguía de pie en un mundo arrodillado, sin motivos para esa engañosa altanería, pero dando una lección de integridad en medio de la abyección más vergonzante.

Hacía de su caída un modelo incontestable de cómo se debe naufragar sin convertirse en falsa arqueología en lo más profundo del mar común.


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