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jueves, 18 de octubre de 2012

APLASTADO POR EL CIELO DE ABRIL



La primavera cayó sobre mí como una plancha plomiza de flores secas dentro de un libro comprado hace mil años.
Una voluptuosa aflicción me despertó dejándome parapléjico y entumecido.
Delgados rayos de sol penetraban por la persiana sin cerrar del todo, rellenando la habitación de alegría fatigada.
Decían que abril traería luz, gozo y renacimiento. Pero yo sentía penumbra, agobio y deceso.
La temperatura agradable invitaba a salir y disfrutarla. Yo, necesitaba enroscarme, regocijarme en la patología, aislarme con intensa ferocidad.
Me llegaban los sonidos vitales de un barrio dinámico. Pero yo oía sollozos de entierro, rezos de pérdida, misa de difuntos.
Vivía mi imposibilidad como un contrapunto necesario a un orbe febrilmente optimista y laborioso. 
Abril empujaba con fe al invierno que quedaba en mí sin conseguirlo. 
Las flores abriéndose al futuro solo me recordaban lo bonitas que son cuando hacen coronas. 
En un último esfuerzo me levanté para cerrar la persiana por donde entraba el cielo de abril.
De vuelta a la cama, cerré los ojos a la espera de un mes más propicio.

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