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jueves, 24 de abril de 2014

ÚLTIMA FRONTERA HABITADA


Tener enfrente la última frontera habitada supone dejarse de inútiles flácidos lamentos, olvidarse de hacer retoques en la biografía, dejar de preocuparse por la hacienda y, si no quieres practicar el ridículo, obliga a no aferrarse a lejanos gemidos de supuesto placer. Especialmente necio es abandonar el mapa con cara de sorpresa cuando el barquero estira sus manos hacia ti. Allá, un buen puñado de desaparecidos se ríen con sus bocas etéreas, mostrando dientes que no son más que fantasmagóricas piezas de esmalte negro gastado. Desde allí incrédulos nos miran. Y como cabrones desalmados, se parten el culo, con la fullera ventaja que da haberlo perdido.
La última frontera habitada es lánguida y cruel, terminal y perfecta, prurito de un escozor eterno.
Allí se admite con naturalidad la finitud. Se recibe con indolencia el dolor.
Tener enfrente el punto final en forma de cielo azul extendido nos clava sarcásticamente a la tierra, dejándonos a merced de la confusión, sin voluntad ni suelo.
Allí las llamas envuelven al fuego y la nada al frío.

jueves, 17 de abril de 2014

TENER SUFICIENTE


Si guardas para perderlo, si huyes para encontrarte o si vuelves para empezar, es que ya tienes suficiente.
Si hayas el círculo en la caída en picado o si aventajas al futuro, es que tienes suficiente.
No sé si la obesidad mental tiene tratamiento. El secreto de la perfección está en que ni le falta ni le sobra nada.
Si tienes verborrea, odio o resaca, es que ya tienes suficiente. Un edificio está acabado cuando la gente es el último ladrillo.
Un montón de fe no suple las carencias. Un cargamento de sal no rebaja el azúcar en sangre. Un recién nacido no descuenta a un muerto. Y una risa no ahoga el llanto.
Si apuestas lo que no te pertenece, si escarbas en la herida o si apuras las provisiones, es que tienes suficiente.
Si eres repetitivo, tienes suficiente.
...
Mal rollo, acabo de darme cuenta de que soy repetitivo.

jueves, 10 de abril de 2014

EN MI DECADENCIA MANDO YO


Un paseo por la orilla del mar en silla de ruedas será mi deseo cuando mis piernas rebosantes de enfermedad o vejez digan basta. Un silencioso soplo de aire fresco necesitaré cuando salga de un antro, de esos en los que si algo pasa, allí debe quedar. Me amputaré la razón si con ello consigo sobre volar culpas, heridas y daños. Un montón de huidas me salvarán de la humana esclavitud, dejando atrás carnes irónicas, huesos encadenados, venas en vinagre y órganos en total putrefacción. Me gustaría volar en pleno derrumbe. Elegir la roca donde estampar mi grácil estampa. Y convencer al fracaso de que el único culpable soy yo.
Un día de compras en los suburbios será mi deseo cuando el placer se haya convertido en simple ausencia de dolor. Buscaré chamanes para almas perdidas, curanderos jubilados o sacerdotes de fe gastada. Buscaré lo que nadie dice encontrar. Pa errores los colores. Y no pediré cuentas, o al menos esta es mi ilusión hoy en día, aunque no pongo las manos en el fuego por un tipo como yo.
Las palabras se escapan tristes pero mías.
Ojalá sonreír sea mi último deseo.

jueves, 3 de abril de 2014

COSAS MEJORES QUE HACER


Queda tan lejos la pérdida que parece que nunca haya poseído nada. Recuerdo el extraño cansancio en medio de la trazada alegría. La circulación era de grumos, el bienestar molesto y la voluntad ausente. Daba por hecho que la existencia estaba decorada de grises en mi alrededor y en el de los demás; que las posibilidades no pasaban de una; que la elección era una bonita rotonda… y que la suerte era eso.
Era un maldito creyente de piedra en el soportal del milagro en bucle, acomodado en la miseria de la estrechez, tan deudor y agradecido como inexperto y ciego. Entregaba al vacío lo que creía compartir mientras el embaucador eco de la usurpación me tenía entretenido y conforme. Aun así, sabía que yo no era trigo limpio, ni mucho menos, cosa que provocaba en mi petit comité una vergonzante náusea, la cual traté por todos los medios ocultar. Darme generosamente, era mi torpe manera de conseguir la expiación.
El mayor de mis errores no fue hacerlo mal, fue el tiempo que tardé en encontrar la salida; en hacer de mi vida algo mío; en disculparme por abandonar la rotonda; en confesar que mi peor enemigo soy yo; en descubrir que a narcisista no me gana nadie; y que, lamentando con sinceridad el daño causado por mi fatal lentitud, comprender que, incluso desde el principio, siempre tuve infinidad de cosas mejores que hacer.