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sábado, 17 de octubre de 2015

NO SE DEBE MORIR EN UN DÍA SOLEADO


La piel olía a membrillo, el café a despertar y los problemas a próximas soluciones. Sin quererlo fluía el día inquieto, luminoso y azucarado. Las nubes mínimas eran ligeros acentos en las estrofas de un sol exultante. El automóvil arrancaba a la primera y la radio no daba abasto para tantas canciones bonitas. Enero se saltaba las normas de su estación con un excéntrico bien estar. La gente parecía salida de un curso on line en humanidad, sonriendo y mejorando su entorno. Se posponían para otro día las deudas y los noticiarios. El dulce calor del sol abarcaba la plenitud.
Los bichos sentían el celo primaveral y alegremente se buscaban. Los perros cagaban flores, los gatos polen. Bajo aquel sol todo merecía ser mejor.

El día llegaba a su fin antes de hora para quien se levantó con olor a membrillo al comprender que sería el último.
Se fue como se desvanece la ingenuidad: A pleno sol.

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