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jueves, 19 de noviembre de 2015

ASOMBRARSE


A cada vuelta de esquina nos espera un sobresalto tan sutil como el aleteo de un pedrusco, el pastel de vinagre o la brisa de un huracán. De todos es sabido que la diversión es la hija necesaria del aburrimiento. La inquietud y los temblores son la llama que enciende el amor. Mientras haya ingenuidad habrá asombro. De almas incautas llenos están los mataderos. Se sorprende antes a un inmóvil que a un nervioso. La jugada solo la dan por ganada los perdedores y el que desprecia a los enfermos es el que más enfermo está. Los coherentes son carne de psiquiátrico, no os fieis de sus pétreas convicciones. Más mata un muro que una ensoñación. Más los conservantes que el veneno. Somos sustancia volátil, azar desatado, cumbres de espeleología sin explorar.
Poder asombrarse es no dar nada por sentado aun haciéndolo desde el sofá. Cuando asientas la cabeza también lo hace el corazón. A la vuelta de la esquina nos espera otra esquina más que doblar, tan vieja como la anterior o tan nueva como la próxima.
Y esto es todo, amigos.


jueves, 5 de noviembre de 2015

LA PARTE DE ATRÁS DE TODAS LAS COSAS


Bolas de fuego atravesando intestinos desahuciados tras una digestión difícil debido a una ingesta de dudosa procedencia. Sanguinolentas deposiciones con un obvio hedor natural y milenario. Escombros que cubren escombros. Tumbas necesitadas de psicoanálisis. Polvo cargado de coherente fracaso. Y eternidad maltrecha por falta de medicación.
En la otra orilla florece el pantano, tan capaz de devorar corrupción y honestidad a partes iguales. Nada se le escapa se llame como se llame, apagón o luz, hielo o llama. Para sus adentros remotos va.
Cuando un relámpago reluce en medio de la nada, empieza la tragedia. Y si obstinado es el furor de la vida, más lo es su podrido desenlace.
Desde el origen buscamos la parte de atrás de todas las cosas y, si llegamos a intuirlo apenas, nos da un susto de muerte de tan sencillo que es. Comprender que nada importa es lo más importante. A esa descorazonada desazón se le suele llamar vivir. Cada uno de nosotros le da al tránsito su peculiar razón. Y si eres lo bastante afortunado de sufrir una crisis de lucidez, lo aceptas y te pudres alegre sabiendo que eres una bolita encendida más cruzando el paraíso del intestino de un dios tan irreal como absurdo.