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lunes, 31 de octubre de 2016

A LA HORA


Ser coherente es toda una habilidad al alcance de muy pocos. Mantenerse en la fama cuesta una inhumana barbaridad. Que se lo digan al cantante de los cantantes que se fulminó la vida sin dejar de tener éxito. Fue una estrella de rock con manguitos de salsa, tan enorme en su arte como en su personal desgracia. Adorado y explotado a partes iguales. Cuanto más alto volaba más le faltaba el aire, cuanto más brillaba su voz más se vaciaba y oscurecía su pecho. Hay dos clases de personas que disfrutan con la velocidad: unas con la que les proporciona un bólido y otras sintiendo la aceleración en sangre. Para gustos, los estilos musicales. La salsa aparenta ser un mero juego para el baile pero, en manos de los que pertenecieron a la factoría Fania era fuego, caribeña pasión, verdad y peligro. Las grandes innovadoras hazañas suelen surgir de espíritus insobornables, capaces de llevar al extremo y más allá su artística inquietud, sin miedo al estéril logro de fogueo o a la inesperada y fructuosa chispa del roce con lo extraño, como fue dejar que el ritmo latino se empapara de Jazz y vanguardia. Quizá el cantante de los cantantes ni supiera lo que hacía, pero lo hacía. También llegaba tarde a los conciertos por su actitud roquera y disoluta pero, en vez de hacer valer su vanidad ante su sufrida banda, hacía una canción, tan plena de tierno humor como de ritmo caliente, a pesar de que a sus músicos no les hiciera mucha gracia que el rey de la puntualidad nunca llegara a su hora. 

jueves, 6 de octubre de 2016

AL FINAL DEL VERANO SIEMPRE LLEGA SEPTIEMBRE


Con rapidez el vigor se agua como vino de tonel barato y el fulgor más resplandeciente en las carnes más tiernas está condenado a ser solo una sombra opaca de hiel rodeando un amasijo de malolientes escombros directos a la total descomposición. Este imparable proceso te suele coger desprevenido. No avisa. Cuando te crees instalado en una embriaguez eterna, levantas los felices ojos rojos y ves que no quedan ni los que recogen las sillas de una fiesta que terminó hace más de un mes perdido en este septiembre real, lluvioso y triste. Los más aguerridos, que los hay, no se amilanan y siguen hasta que, de tanto llover sobre mojado, desaparecen antes de hora, marcando con su húmeda juventud la línea de llegada, sabiendo que más allá solo les espera la vejez y, mira tú que tontería, deciden saltársela. Otros, de naturaleza más curiosa, prefieren dejar al tiempo hacer y ver qué pasa. Y descubren en pleno otoño placeres insospechados. Saborean los recuerdos sin pena y siguen disfrutando como enanos en septiembre, ahorrando con paciencia para poder ver el efímero y bello sol de invierno. No es tan malo descubrir que al final de todo verano siempre llega septiembre. Tanto si eres aguerrido o curioso, hay un deber que cumplir, y es simple: Llenar las fosas de cadáveres para dar alimento a los gusanos y que en algún bocado, por pequeño que sea, encuentren en el ¨retrogusto¨ atisbos de felicidad vivida para que les dé vigor para seguir mordiendo y brillo para que parezcan luciérnagas en verano, al menos hasta que llegue septiembre.