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jueves, 6 de octubre de 2016

AL FINAL DEL VERANO SIEMPRE LLEGA SEPTIEMBRE


Con rapidez el vigor se agua como vino de tonel barato y el fulgor más resplandeciente en las carnes más tiernas está condenado a ser solo una sombra opaca de hiel rodeando un amasijo de malolientes escombros directos a la total descomposición. Este imparable proceso te suele coger desprevenido. No avisa. Cuando te crees instalado en una embriaguez eterna, levantas los felices ojos rojos y ves que no quedan ni los que recogen las sillas de una fiesta que terminó hace más de un mes perdido en este septiembre real, lluvioso y triste. Los más aguerridos, que los hay, no se amilanan y siguen hasta que, de tanto llover sobre mojado, desaparecen antes de hora, marcando con su húmeda juventud la línea de llegada, sabiendo que más allá solo les espera la vejez y, mira tú que tontería, deciden saltársela. Otros, de naturaleza más curiosa, prefieren dejar al tiempo hacer y ver qué pasa. Y descubren en pleno otoño placeres insospechados. Saborean los recuerdos sin pena y siguen disfrutando como enanos en septiembre, ahorrando con paciencia para poder ver el efímero y bello sol de invierno. No es tan malo descubrir que al final de todo verano siempre llega septiembre. Tanto si eres aguerrido o curioso, hay un deber que cumplir, y es simple: Llenar las fosas de cadáveres para dar alimento a los gusanos y que en algún bocado, por pequeño que sea, encuentren en el ¨retrogusto¨ atisbos de felicidad vivida para que les dé vigor para seguir mordiendo y brillo para que parezcan luciérnagas en verano, al menos hasta que llegue septiembre. 

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