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viernes, 18 de noviembre de 2016

DEL PUEBLO AL MUNDO


Un tal Rulfo escribió unos relatos desde la altura cero que da la tierra, desde su pequeña atalaya local, y consiguió trascender arañando corazones de cualquier lugar del mundo, por alejados que estuvieran. Lo único extraño a lo humano es la sin razón. (Acabo de cometer un resbalón argumental: la sin razón la ejercitan personas, luego nos pertenece).
La globalización se ha quedado en un hueco cascarón henchido de marketing y aire, donde lo que cuenta es la trampa más soez, en vez de hacer crecer la conciencia de que afuera de nuestra piel, afuera de nuestros códigos postales, hay otros pellejos y otras poblaciones tan hermosas y miserables como la nuestra.
Me da igual quien grite lo anterior. Aunque prefiera a otros que no soy yo. Lo que uno piensa que es bueno, hay que defenderlo siempre, aunque te excluyan.
Es necesario salir del pueblo, sobre todo si eres duro de mollera. No es efectivo al cien por cien pero, ayuda a saber si tienes remedio, o no.
Yo, desde muy joven, aun siendo más imbécil que un pastel de sal, tenía la intuición de que otro mundo no se construye desde el odio que hacia él también sentía. Algo me susurraba que de mi malestar no solo tenía culpa el mundo feo que me aplastaba con su hedor, ¿acaso yo no formaba parte de él? Pues aplícalo a cualquier niñato de cualquier pueblo perdido del planeta y repartamos comprensión haciéndolo así más habitable.            

viernes, 11 de noviembre de 2016

CADENAS SUBJETIVAS


El día no termina al atardecer. La luz de un leed es el eco del sol. La inquietud bromea con mentes cercanas a la sobreexposición. Y un grito corta el silencio dejando tristes trozos de soledad. El peso del horror interior oprime deseos y voluntades. El fantasma es tan real que se siente como el agudo dolor irreal en un propio miembro ausente. La esclavitud va por barrios. Lo de fuera no importa. Lo de dentro se impone como una cadena subjetiva llena de candados sin llaves. Cada monstruo tiene sus miedos y cada miedo, sus monstruos. Desear escapar no siempre ayuda. La incomprensión se extiende fácilmente. En mitad de la locura no hay término medio. A mitad del camino no se puso la llegada. Y en cualquier adiós no siempre hubo un saludo. El atardecer no termina al anochecer. Al llegar a casa, las sombras del agobio son virus que pasan del traje al pijama con extrema facilidad y sin remisión. Por entre los pliegues del sueño se ocultan frías cadenas subjetivas que rodean los cuerpos al despertar.
Y la esclavitud nunca termina al amanecer.