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jueves, 26 de enero de 2017

FRUTO MORTAL


En mitad del desierto hay un árbol frondoso que vive como si ya fuera un palo, tan bueno para brasear costillas como para crujirlas. Tiene frutos de húmedo engaño, sobre todo para quien se acerca con el hambre del engreído. El árbol da sombra como laberinto de hielo para quien quiere arrimarse con dudosa intención. Tiene raíces tan hirientes y profundas como el abandono. Es una dirección que indica el final para quien se cree comienzo. Sus ramas son armas para quien quiera columpiarse en ellas. Es la ley del desierto. Es aviso para incautos pedantes.
El árbol es una necesaria justicia poética que golpea realidades, infamia y mediocridad. En sus anillos concéntricos se esconde la savia de un tiempo vengador tan útil como sabio. Los infames leñadores que se proponen tumbar su rectitud se encuentran con un tronco rocoso expulsando lava. Y al salir deshonrados y chamuscados es cuando comprenden que ese arbolito es, únicamente, apto para el suicidio. 

jueves, 19 de enero de 2017

EMPAREDADO DE MIEDO


Siento miedo al mirar al principio. También lo siento cuando oteo el final.
Si lo que hay en medio tan solo se trata de un juego de letras, mejor no haber aprendido nunca a leer.
Quizá por eso me gusta tanto la pechuga de gallina.
Cuando de niño me preguntaban por lo que deseaba ser, respondía que millonario. Ahora sé que la respuesta adecuada hubiera sido "valiente". Aunque no tengo mala conciencia. El candor no es censurable.
Entre la salida y la llegada solo queda mezquindad, desatino y escozor.
Es muy triste saber cómo se ejerce la excelencia y acabar haciendo borrones.
Con el tiempo he descubierto lo que calma mi sórdida desazón: conseguir que alguien me ame descontando las generosas almas que no merezco.
En el barro busco tesoros, sin pensar que mis manos son el agua y la arena.
También he tenido suerte cuando borracho he olvidado mi carne de gallina y he evitado cualquier cazuela.
Emparedado de miedo, tiemblo, molesto y rezo.
De nada me servirá rezar cuando mi traje de molla y piel se pudra si no queda nadie para llorarlo, calmando así mi miedo.