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jueves, 20 de junio de 2013

SÍNDROME DE LA PISTA VACÍA



No quedan abrigos en la guardarropía, ni gente en la pista de baile y apenas quedas tú. Los altavoces se han quedado mudos pero insistes en bailar por pura inercia y aún así no llevas el compás. Acabas tropezando, extendiéndote por el suelo con espasmódicos movimientos y piensas lo fácil que resulta el break-dance. Te ves bien, a pesar de que se te olvidó ponerte las lentillas. No notas los esguinces de tanto alcohol acumulado en los tobillos. Mañana, los hinchazones te parecerán calienta-piernas de color púrpura. El recoge-vasos te ignora hasta que los reúna todos. El empresario te ignora hasta que haga la zeta. El portero te ignora hasta que le paguen y quien cobre seas tú. Las luces se apagan mientras crees que, con los pilotos de seguridad, tu móvil silueta es más atractiva. 
Al día siguiente habrás perdido el gabán, la figura y el atractivo. 
Te gusta ocupar pistas vacías, triunfar en concursos grotescos, llevar el ridículo a la enésima potencia, dilapidar dignidades. ¡Dios, cómo te comprendo! ¡Cómo me identifico!. Menos en una cosa: yo bailo peor y más solo que tú. 
Es bueno tener competidores: obliga a esforzarse.

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