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viernes, 28 de junio de 2013

HUYENDO CIRCULARMENTE



Quiero escapar de mis zarpas de terciopelo retráctil, de mi discurso perecedero y de mi fronteriza piel. 
Entre el fondo y la superficie se desliza un desasosegado ser aburrido como la nadería, insomne cual guardián a tiempo completo. 
Odio la valla sin portezuela que es mi cráneo y la fuente de piedra que es mi cerebro. Quiero huir de los clichés que imponen mi asustadiza voluntad. 
Estoy preparando un plan de fuga atiborrado de sencillez en el que la mayor dificultad radica en llevarlo con la suficiente discreción, teniendo en cuenta mi limitada capacidad para el autoengaño. Con suerte conseguiré despistarme. Cuando creo alcanzar tamaña insensatez, la realidad me devuelve al sitio desde donde partí con la triste sensación de haber recorrido una rotonda. 
Me gustaría verme como un extraño con quien nada en común tiene, para justificar el desprecio. Mas cuanto más me abandono, más me encuentro.
Aceptar que no hay escapatoria lleva toda una vida. 
Y probablemente yo necesite un número mayor de vueltas a la rotonda para comprenderlo. 
Pero todo aquel que huye circularmente ni avanza, ni comprende. 

jueves, 20 de junio de 2013

SÍNDROME DE LA PISTA VACÍA



No quedan abrigos en la guardarropía, ni gente en la pista de baile y apenas quedas tú. Los altavoces se han quedado mudos pero insistes en bailar por pura inercia y aún así no llevas el compás. Acabas tropezando, extendiéndote por el suelo con espasmódicos movimientos y piensas lo fácil que resulta el break-dance. Te ves bien, a pesar de que se te olvidó ponerte las lentillas. No notas los esguinces de tanto alcohol acumulado en los tobillos. Mañana, los hinchazones te parecerán calienta-piernas de color púrpura. El recoge-vasos te ignora hasta que los reúna todos. El empresario te ignora hasta que haga la zeta. El portero te ignora hasta que le paguen y quien cobre seas tú. Las luces se apagan mientras crees que, con los pilotos de seguridad, tu móvil silueta es más atractiva. 
Al día siguiente habrás perdido el gabán, la figura y el atractivo. 
Te gusta ocupar pistas vacías, triunfar en concursos grotescos, llevar el ridículo a la enésima potencia, dilapidar dignidades. ¡Dios, cómo te comprendo! ¡Cómo me identifico!. Menos en una cosa: yo bailo peor y más solo que tú. 
Es bueno tener competidores: obliga a esforzarse.

jueves, 13 de junio de 2013

SUSURROS EN LA CIUDAD (Dedicado a Gonso)



Habiendo recorrido los puntos muertos en todos los callejones, queda indecisión, locura y hambre.
Juntos barrimos la suciedad de las altas horas en decadentes bares, en amaneceres consternados, en trayectos agotados.
La amistad se robusteció cuando peores fueron los escenarios, cuando el asfalto fue cielo y la atmósfera petróleo.
A veces un recuerdo contundente es capaz de sustituir a la presencia y el poso puede ser agridulce por su falta de proyección pero, lo que queda es inamovible, alegre y poderoso.
Juntos saltamos la hoguera sin quemarnos porque ya éramos ceniza.
Para la ciudad, cruzarla fue un rumor clandestino, para nosotros, un dulce susurro.
La estrategia de unir soledades se convirtió en ventaja, en ricos dividendos, en ligera confianza. Sobre todo cuando los atolladeros campaban a sus anchas.
Habiendo traspasado infiernos, habiendo permanecido en la enfermedad, habiendo oscilado en la punta de una rama al borde del precipicio, nos ofrecimos franco inconsciente apoyo.
Si la ciudad ya no nos ve, al menos nos ha visto.
Queda en esta melancólica amistad, agradecimiento y respeto que se esparce por la ciudad como un susurro.  

jueves, 6 de junio de 2013

ESCONDIÉNDOSE



Ante un mundo extraño y feroz prefería poner a buen recaudo sueños y recuerdos. Se escondía por entre los pliegues de su piel debido a su timidez acumulada. Su propio nombre debía de andar perdido por entre su rugosa dermis como una suposición en un axioma. A punto de agotarse el futuro, su pasado pendía de un hilo. Para todos tenía una sonrisa que ofrecer en perfecto equilibrio entre la demencia y la bondad. Fotografías no detienen temporadas. 
Tenía sus ahorros depositados en una caja de música con la melodía a un alto interés. Tenía el candado sin llave, la estufa sin gas y la luz sin sombra. 
Todos le llamaban por otro nombre, menos por el suyo. Lo había escondido a conciencia por entre los pliegues de su pellejo, huérfano ya de carne. El juego del escondite lo empezó en la cuna. Y a la muerte le costaba acabarlo al buscarla por un nombre que no era el suyo. La vejez nunca ha sido el mejor escondite, ni el olvido la mejor copia de seguridad. 
Jamás se reconoció en fotos de primer plano. De hecho, la imagen de su carnet de identidad era un escenario sin figura, un helado mucho tiempo atrás derretido, una nota donde ponía con caligráfico temblor: Vuelvo en setenta años. 
Murió escondida en el anonimato. De hecho, su esquela fue publicada en el Boletín Oficial del Estado entre incomprensibles leyes, tan mundanas como feroces. Quedó en soledad, en paz y a salvo, con un nombre que nunca fue el suyo.