De joven se mira a lo alto sin conocer la tierra que se pisa despreciando descaradamente su firmeza tan útil como necesaria para no salir despedido hacia el espacio infinito sin posible retorno. El cordón umbilical es muy frágil y deviene en total olvido si no se alimenta con fruición la empatía, la humildad y el desfasado amor. Se está fuera de onda al practicar la bondad y el desinterés. Simplemente es de marcianos ser compasivo además de ser un perfecto gilipollas en su amplia extensión de la palabra.
La juventud, con su tropical efervescencia, te confunde. Y si no dejas pasar un prudencial tiempo, te aboca al error en bucle. Sueñas como un incontrolable volcán y vives como un crucigrama relleno de falsas respuestas sin posibilidad de corrección por la fogosa vanidad con la que fueron escritas. Aprendí a amar cuando menos me quisieron. Cuando sentí el engaño y los celos, es cuando más mísero fui. Y comprendo su fuerza. Pero, al dejar atrás la voluptuosa juventud, sé que no es más que una distracción que te aleja de lo realmente importante. Somos pequeños planetas expuestos a la ley de la gravitación universal, minúsculos cometas errantes en busca de ojos enamorados que se asombren a nuestro paso.