Dicen que las mentiras se inventaron para poder soportar las verdades. Que exquisitas mentiras bien soltadas con prudente administración, nos protege del rayo mortal que emite cualquier chusca verdad con su luz absolutamente abrumadora, inquisitiva y cruel. Los cementerios están llenos de aburridas verdades. En menos de lo que canta un gallo todos seremos tristes verdades, con lo cual y mientras tanto, mejor contarnos alegres mentiras para que la puta realidad nos pille riendo con despreocupación, sin importarnos si por ello perdemos un paraíso, que por cierto es solo una mentira más. Y si hablamos del infierno ni te cuento, se han visto más llamas en Valencia en cualquier marzo. Una falla con el vientre lleno de petardos es una hermosa mentira que al morir alegre y aposta, sube al cielo con su humo socarrón dejando a la tierra pesada con dos palmos de narices. Un buen día se desarrolla al soñarse la noche anterior cuando lo imagina un poeta de verdad, de esos de los que saben hacernos temblar con sus sublimes mentiras tipográficas. Falsos textos necesarios para humildes mortales que al leerse nos convierte en ninots cargados de petardos en la noche de la cremá a punto de subir hacia las estrellas como humo de colores carbonizados al prenderse. La verdad está sobrevalorada, es fea y sin humor. Carece de magia y de sorpresa. Podría decirse que es de todo menos humana. Ni siente ni padece. Espanta su fría perfección, su previsible desarrollo, su fórmula irrefutable sin alma, pulso o vida.
Dicen que mentir sin gracia es como la pólvora mojada que en vez de explotar, ensucia. Es cierto y no tiene discusión. Pero una inteligente mentira de vez en cuando no tiene precio, sobre todo si nos hace esbozar una sonrisa antes de arder quemados por la estirada verdad, esa que parece tener metido un palo por el culo. Aunque una mentira mal usada es, la peor de las verdades.