La ceremonia se tiñe de húmedo silencio que se rompe con un puñado de tierra cayendo sobre el cadáver como el último golpe de maraca al final de una canción. Todos de pie y de negro reprimen con respeto la teatralidad que supondría liberar a los actores dramáticos que llevan dentro. Las nubes son un cúmulo de grises en dirección a la tormenta más oscura. Los segundos caen como lacerantes alfileres sobre la escasa multitud. Los minutos son coronas de flores que nadie tiene a su alcance pagar. Y a la hora de irse, nadie quiere ser el último. Están al aire libre y a todos les falta, se podría decir que sus pechos son hormigoneras moviendo polvo de cemento sin agua. Se oye una voz infantil quejándose y su madre le intenta acallar sin comprender que en su tierna situación, presenciar cualquier final le aburre, que no está para cavar tumbas, que los ladrillos son para construir y no para enmarcar fechas. El miedo es patrimonio del vivir, no del morir. Tras la molestia surgen murmullos de malestar, quien está más cerca de la tierra que de la vagina suele comportarse así. Empieza a llover y convierte la tierra en barro. Los menos allegados con discreción se dispersan, los más aguantan estoicamente el chaparrón. La ceremonia se da por concluida cuando el cielo se despeja. Todos desaparecen, menos uno.
Fórmula compuesta de música y lectura que busca poner la piel de pollo. Con la música seleccionada debería bastar, pero debo juntar palabras de mi magín por hacer algo. Gracias por la visita.
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viernes, 25 de mayo de 2018
EL ÚLTIMO PUÑADO DE TIERRA
La ceremonia se tiñe de húmedo silencio que se rompe con un puñado de tierra cayendo sobre el cadáver como el último golpe de maraca al final de una canción. Todos de pie y de negro reprimen con respeto la teatralidad que supondría liberar a los actores dramáticos que llevan dentro. Las nubes son un cúmulo de grises en dirección a la tormenta más oscura. Los segundos caen como lacerantes alfileres sobre la escasa multitud. Los minutos son coronas de flores que nadie tiene a su alcance pagar. Y a la hora de irse, nadie quiere ser el último. Están al aire libre y a todos les falta, se podría decir que sus pechos son hormigoneras moviendo polvo de cemento sin agua. Se oye una voz infantil quejándose y su madre le intenta acallar sin comprender que en su tierna situación, presenciar cualquier final le aburre, que no está para cavar tumbas, que los ladrillos son para construir y no para enmarcar fechas. El miedo es patrimonio del vivir, no del morir. Tras la molestia surgen murmullos de malestar, quien está más cerca de la tierra que de la vagina suele comportarse así. Empieza a llover y convierte la tierra en barro. Los menos allegados con discreción se dispersan, los más aguantan estoicamente el chaparrón. La ceremonia se da por concluida cuando el cielo se despeja. Todos desaparecen, menos uno.
sábado, 5 de mayo de 2018
FIEBRE EN LA CALAVERA
Cuando encuentras motivación, tanto si la buscas como si no, los grados naturales de tu cuerpo se elevan hasta romper cualquier termómetro que se acerque a tu piel, excitando la necesidad de expresar emociones y hacer de la catarsis creación. La fiebre ayuda a disolver lo cotidiano, a llevarte a las afueras de la mediocridad y desde esa venturosa anomalía proporcionarte visión sin límites, esa que te ayuda a extraer lo que de otra forma permanece oculto. Para crear hay que sacrificar con un baño de sangre la limitada realidad sin que el pulso tiemble. Hay que buscar la ganancia en el intento una y otra vez, a pesar de no sacar más que locura, esfuerzo, fracaso y pérdida. A veces solo es cuestión de actitud y la mejor actitud es comprender que nos falta talento y nos sobra medianía en el mejor de los casos y aun así, sobreponernos a tamaña aceptación y dejar que la fiebre llegue a la calavera y funda con su delirio la paralizante realidad para, como asnos tozudos, volver a sentir esa maravillosa sensación que da crear algo, aunque simplemente sea en realidad descubrir para nosotros, lo que antes alguien creó. La fiebre estuvo, está y estará solo en los grandes. Lo acaparan todo. No dejan ni el calor residual. Pero beber de sus fuentes motiva al artista más gélido y provinciano. Y si se hace honestamente, algún grado de fiebre llegará a tu calavera y al menos mientras estés en el proceso de creación, serás un artista. Y si lo sigues siendo cuando acabes tu obra, algo tan improbable como la paz en el planeta, será lo de menos.
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