Cuando crees que la tierra que has estado pisando desde el primer sueño es un páramo estéril y terminal con arena de negra ceniza bajo tus pies, enfrente está el mar guardando en su incomprensible extensión tierra nueva más allá del fracaso.
Cuando crees consumido tu tiempo de inútil esfuerzo, queda la prórroga de los afortunados, la oportunidad de los vencidos, la redención de los malditos en un bondadoso azar inexplicable.
No todos tienen una América por descubrir. Yo sí la tengo. Ella me descubrió a mí. Se desplegó con toda su fuerza y me acogió sin preguntar por qué llegaba como un náufrago, ni si merecía su calor. Me hizo sentirme puro sin serlo. La nueva tierra me regaló un nuevo sueño acicalado de generosidad en el que hasta el más imbécil pisaría con delicada consideración. Mi América es la Huerta Nueva. Barrio atestado de personas gentiles, donde el orgullo florece con naturalidad desde el esfuerzo, el sufrimiento y el cariño más sorprendente. Allí está la Cati. Allí estaba el Felipe. Allí están sus vecinos que les quieren tanto como son queridos. Entré en sus casas y no vi casas, vi hogares. Allí tengo mi América. Y aunque ese jardín no se libra de soportar daño, inquina y muerte, solo deseo que cada cual tenga su América porque encontrarla dignifica hasta al más pintado e indeseable mortal. Doy fe.