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jueves, 27 de marzo de 2014

TRANQUILAMENTE


Asomado al precipicio busco con tranquilidad argumentos para detenerme. Abajo se acumulan apretados finales sin lugar para otros que no sean el mío. El vertedero recibe productos del uso. Hago una fogata frotando palillos húmedos por el desencanto. En el borde no hay una temperatura adecuada y la decisión no admite demoras. No se pueden esperar milagros en documentales.
He traído bebida para emborrachar a un muerto. Nunca pude mirar de frente a la realidad. A falta de valor, buenos son los sueños aunque sean caminos sin salida. Siempre tuve a mi lado un sastre llamado ficción. El barranco me ofrece el don de la invisibilidad. Vuelvo la vista apenas un segundo y sinceramente, hay poco que salvar. Quizá una mano que me empuje. Quizá alguien que desee saldar las deudas que contraje. Alguien que desee venganza y la obtenga. Prometo dar facilidades.
Asomado al pozo busco la inercia para no detenerme, para no quedarme a medias. No hace falta que me precipite. Tan solo se trata de precipitarse. Precipitarse con suma tranquilidad.

jueves, 20 de marzo de 2014

SIN TIEMPO QUE PERDER


En algún momento de distracción se me volcó el reloj de arena y ahora que limpio mis pies adentrándome en la playa no quedan chiringuitos, ni socorristas en top-less que me ofrezcan segundas oportunidades.
Sentir el roce de las hojas del calendario cayendo a tus espaldas solo puede significar una inquietante cosa: que lo has sobrepasado.
De joven, dejaba los deberes pendientes. De viejo sé que, aunque los haga, quedarán sin corregir.
Habito en la premura, en la celeridad y en el pretérito imperfecto.
Antes de formalizar la expulsión me gustaría embellecer el paso y maquillar los errores añadiendo unidades paliativas al conjunto. Aunque, sin ser muy pesimista, lo único que llegaré a hacer será quedarme con el adiós en la boca.
Estoy sin tiempo que perder pero se pierde sin querer.
En algún momento de lucidez se me olvidó poner el despertador y comprendí que los segundos no existen si no los cuentas. Y ahora que mi antebrazo se broncea en la playa sin marca de reloj alguno, llega mi hora.

jueves, 13 de marzo de 2014

HUMO Y CARAMELOS


Compramos artículos inservibles de caducidad anticipada, de dudoso contenido y de inútil eficiencia pero, eso sí, envueltos en papel de irresistibles colores. Saberlo con antelación no nos sirve de nada porque acabamos pagando por lo que carece de valor. Firmamos por sueños lo que en realidad son simples contratos amañados a la sombra del más burdo fraude. Por el camino quedan rotas las esperanzas, podridos los deseos y decrépita la juvenil ilusión.
Tiramos la llave tras cerrar los grilletes alrededor de nuestras muñecas ofrecidas con superficial decoro. Sacrificamos libertades por pura ineptitud. Ocupar clichés nos ahorra la reflexión, tan costosa ella.
La teatralidad inunda escenarios. Más fácil es seguir el guión que salirse del papel.
Nos dicen cuándo reír, cuándo llorar o cuándo escoger la fe. Compramos lo que los dioses desechan porque, no hay vendedor en el cielo que compre lo que venda.
Amamos los sensuales ojos de un cartel perfectamente impreso, mientras somos incapaces de recordar el color de los ojos de quien nos miró.
Hacemos así de la vida un delirante bazar de humo y caramelos para felices desgraciados.

jueves, 6 de marzo de 2014

OPORTUNIDADES AGOTADAS


Cuando no quedan reservas que ofrecer la impotencia reclama su sitio. Tras la fatídica entrega surgen la incomprensión, el agotamiento y el vacío. La fiesta acaba cuando los jugadores lo han perdido todo sin darse por aludidos y el servicio de limpieza se esfuerza en preparar el siguiente evento.
Al abrigo de la pérdida anida la frustración con irónico descaro. Las oportunidades se agotan al final del recorrido. A no ser que haya un ganador cerca para llevárselo todo. Entonces, la crueldad supera lo razonable y las víctimas quedan desparramadas como corazones rotos tras la explosión de un amor fracasado. Para sentir la sensación de pérdida, antes debió existir la plenitud.
Con liviana decadencia o con brusquedad, todo acaba agotándose. El juego se desarrolla con alocada previsión. Llevadero para la mayoría. Siempre que no aparezca alguien que se lo lleve todo y nos deje ausentes, sin ganas de seguir jugando. Aunque, a modo de escasa victoria, debemos saber que las oportunidades se agotan hasta para los que tienen por costumbre llevárselo todo. Son dulces migajas de los que formamos parte del servicio de limpieza, dedicados a preparar el siguiente evento, donde otros se creerán los ganadores.