Compramos artículos inservibles de caducidad anticipada, de dudoso contenido y de inútil eficiencia pero, eso sí, envueltos en papel de irresistibles colores. Saberlo con antelación no nos sirve de nada porque acabamos pagando por lo que carece de valor. Firmamos por sueños lo que en realidad son simples contratos amañados a la sombra del más burdo fraude. Por el camino quedan rotas las esperanzas, podridos los deseos y decrépita la juvenil ilusión.
Tiramos la llave tras cerrar los grilletes alrededor de nuestras muñecas ofrecidas con superficial decoro. Sacrificamos libertades por pura ineptitud. Ocupar clichés nos ahorra la reflexión, tan costosa ella.
La teatralidad inunda escenarios. Más fácil es seguir el guión que salirse del papel.
Nos dicen cuándo reír, cuándo llorar o cuándo escoger la fe. Compramos lo que los dioses desechan porque, no hay vendedor en el cielo que compre lo que venda.
Amamos los sensuales ojos de un cartel perfectamente impreso, mientras somos incapaces de recordar el color de los ojos de quien nos miró.
Hacemos así de la vida un delirante bazar de humo y caramelos para felices desgraciados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario