Cierta parte del cerebro buscaba alguna sinapsis dudosa.
Todo empezó como un pelillo insignificante que por sí solo no es nada pero, si queda con muchos como él en la azotea, aparece una peluca.
Las células cerebrales ordenadas comenzaron a ponerse nerviosas ante una leve sospecha. El conjunto de partes blandas cumplían eficazmente con el guión establecido, hasta que un mínimo error de conexión dispararon todas las alarmas. Una chispa ridícula y muda llamó a un incendio de proporciones indeterminadas. El susto invadió la cordura. Los lóbulos levantaron las manos gesticulando como si dijeran "a nosotros que nos rebusquen". Total, que había un topo en algún lugar del sistema operativo.
El bulbo raquídeo inició un escaneo preventivo. Parecía estar todo normal. La capacidad cognitiva era la esperada, el área de Wernicke no obstaculizaba la escucha ni el habla y el hipocampo recordaba todo lo recordable. Pero las emociones estaban desatadas. Entonces el córtex prefrontal cogió las riendas y tras una larga deliberación a solas, determinó las causas de la sospecha: El tapado traicionero era el hipotálamo, enloquecido al ver una rubia bordando una copla que magistralmente popularizó Elvis. Algo comprensible al menos desde el punto de vista humano.
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