Para escapar de la muerte solo hay un camino: ir hacia ella. Cuanto antes la encuentres, antes dejará de perseguirte.
Vivimos acuciados por la disolución, el desamparo y la agonía. Somos caramelos de luz en el infantil patio de la penumbra. Urge huir del instante, fosilizar los mares y cumplir el ciclo. Por entre las brasas circula la próxima regeneración. Vamos con la cabeza gacha y con el culo por delante. No hay vuelta atrás. Consumimos el futuro como si no existiera el presente. La serenidad se torna estampida y el sosiego agitación. Para escapar de las llamas solo se necesita arder, para seguir en el tumulto solo se necesita soledad y para contravenir la quietud solo hace falta inmovilismo.
El gran Houdini sentó las bases de la vida: jugar con ella, a riesgo de perderla. Hizo del escapismo un arte de la realidad. Comprendió que para liberarse debía rodearse de cadenas.
Vivimos escapando desde el principio, alimentando piedras, soñando finales ilusos, ignorando al cielo.
Para abrazar a la muerte solo hay una condición: llegar vivo.
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