El alma femenina soporta tragedias, pedruscos, altibajos y bajones.
La mujer pare a dentelladas, del mismo modo que arropa féretros.
Sin ellas, no hay segundas oportunidades, ni terceras.
Sin ellas, el círculo es un punto en una recta o una eyaculación sin placer.
Unos labios pintados parten más corazones que unos guantes de boxeo.
Unos tacones de aguja dejan un fino rastro rectangular de sangre negra, útil para enmarcar fotos en sepia de víctimas pisoteadas tras el amor fallido.
A la tercera va la vencida. Sin complacientes permisos. Sin margen para el llanto. Sin más fármacos para las heridas que la inexorable aparición de nudosas cicatrices.
El alma femenina soporta furibundos incendios, paradójicamente por haber padecido devastadoras inundaciones.
Su piel no envejece, cristaliza.
Bajo sus uñas hay jirones de barro sin cocer, diminutos trofeos de batallas donde quizá cupo la derrota, pero no la rendición.
Bajo sus pezones se oculta el alimento; bajo su vientre, el origen; bajo su cabeza, el mundo. Atlas fue una mujer que perdió su alma, su casa, su amor, su voz. Y a pesar de todo, seguirá sola, soportando tragedias, pedruscos y hombres.