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viernes, 16 de junio de 2017

SI PUDIERA HABLAR DIRÍA NADA. (Dedicado a Eneko, uno de los mejores productos humanos que conozco)


La negación es la fase preferida del adolescente, necesaria para cambiar la piel infantil por la que rodeará su próximo y propio carácter. Destruir para construir. Hay que dejar atrás lo que la familia y el colegio impone. Hay que salir de la obligación para desear volver, solo si vale la pena. Y si no, alejarse lo más posible, sin pena. Un, dos, tres, cuatro y que empiece la diversión. Lo que más valora un ser púber es la cantidad de confianza que en él se deposita. Puede parecer paradójico, pero es la mejor opción para que se maneje con responsabilidad, para que sienta realmente su vida como propia y para que haga de sus errores virtud. No hay fórmulas exactas que hagan ciudadanos modélicos, ni lo contrario. Lo que para unos puede ser estímulo, para otros puede ser freno. Quien piensa que su pensamiento es digno y modélico, sencillamente no piensa. Quien se compara, pierde. Tanta palabrería me pierde. Si la juventud no me hubiera abandonado tan ferozmente y pudiera hablar desde aquella maravillosa cima de inseguridades, asco y mugre, diría nada. Así es como agarro la negación de la que hablaba al principio, negándome a aceptar el final.
Sigo comprando champú para cabellos rizados y turrón del duro.  

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