De tanto dejarme llevar he llegado a un sitio alejado años luz de mí. No me reconozco. El que se afeita en el espejo no soy yo. El que camina con mis piernas es otro. El que pide un menú de crisis en el restaurante chino no lo hace con mi voz. El que gasta mi dinero en un tugurio de apuestas lo hace sin mi consentimiento, yo nunca apostaría a que el CD Eldense pierde doce a cero en ninguna competición por benéfica que fuera.
Me siento como un vulgar demonio dentro de mi propio cuerpo deseando que llegue cuanto antes el sacerdote exorcista que el obispado provincial designó. Estoy viendo Telecinco a la hora de comer y es un indicio que cualquier juez convertiría en sospecha si me hubiera conocido en el pasado. Estoy viendo un programa en el que va gente necesitada de cambios en sus vidas y tres personas expertas en estilismo consiguen con un sencillo corte de pelo y unos humildes trapos cambiar lo que ocurre más adentro de la piel. Estoy a punto de llamar, pero el que ya no soy yo prefiere darle al uno en el mando a distancia y sale una sesuda entrevista a pie de calle a un tal DJ Kiko mientras sale del gimnasio y se monta en el coche. Necesito un cambio con total urgencia. Yo no era así. Si alguien puede ayudarme que me haga una perdida, prometo contestar.
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