Si fracaso en esto, fracaso en todo. Siempre pensé que poner la fe en un amor es como hincar nubes en la tierra o como helar el infierno con alocada convicción. Nada permanece. La ley del cambio fluye e irrumpe con fiereza alrededor nuestro dejándonos huérfanos de poder, convirtiendo la libertad personal en un guiñapo ridículo más parecido a un chiste sin gracia que a un digno logro. Abocados estamos a desaparecer en un ¨pis-pas¨, a no dejar rastro alguno, a ser una acumulada nada. Rugimos sin saber que en el vacío no se puede gritar. Sin saber que lo duradero no está a nuestro alcance. Lo nuevo envejece de forma abrupta. Hay tantos cambios que cualquier intento de adaptación resulta tan baldío como detener la pérdida de juventud con bálsamos, cirugía o vestimenta infantil. Los océanos se secarán, el sol morirá en medio de la noche y el mundo será despedazado sin tiempo para tener una mortaja decente. Todo esto pasará.
Pero me niego. Me niego a ser un realista de mierda. Me niego a dejar que mi amor por ti sea un temblor pasajero. Me niego a pensar que lo que ahora siento forme parte de la inconmensurable y vulgar transitoriedad. Y si para ello tengo que engañarme con falsos ensueños, lo haré. Quizá no te puedo querer realmente, pero nadie podrá decir que, en sueños, te quise. Y como la ilusión está a salvo de la realidad y del tiempo: Te amaré para siempre.
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