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domingo, 10 de noviembre de 2019

CARAMBOLA. (A Teresa, y de ella a Antonio)


Los juegos son felices divertimentos didácticos que se utilizan en la niñez para, cuando la hora adulta llegue, no nos amargue del todo. Es como decir, sonríe, antes de que el llanto arranque por peteneras. Hablemos del billar, un juego que transita entre las dos edades, convirtiéndose en deporte cuando alcanza la mayoría de edad. En él existe la carambola, y ahí quería llegar. Una vez conocí a alguien y supe desde el primer momento que podría ser mi compañera de juegos hasta que el cielo cayera al suelo, sin importar ni como ni cuando. Y ese alguien a su vez, hacía carambolas, y así el juego no acababa, se extendía. En el tapete había bolas de colores, Entre ellas había una que al golpearla parecía romperse con acento villenero pero, antes de desaparecer siempre conseguía recuperar la forma y el color. De la más temblorosa sensibilidad, surgen las piedras más valiosas. Quien es capaz de atravesar el fuego, no sin dolor, doblega al mal. Sigue en el juego, y las carambolas son caricias. Reponerse entonces es una dulce obligación. No rendirse es la clave. Estoy apuntando a mi querida bolica para que al salir lanzada haga carambola en tu pecho y te transmita amor, aun cuando el mundo esté pereciendo en odio. Mira, ahora que todo acaba, te damos el tiempo que nos queda. 

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