Simplemente iba a ser un día de playa y había que levantarse temprano para llegar a la costa, para calentarse con el sol y refrescarse con el mar. Sencillo.
Eran las dos del mediodía y todavía seguía el coche en el garaje, la piel en el sueño y la resaca esperando para instalarse en las cabezas.
A la hora de la siesta estaban en la gasolinera comprando diesel y cervezas.
Por la autopista se sentían como chicas salvajes en una película de Tarantino, consumiendo metanfetaminas, cigarrillos y cerveza con la misma intemperancia e indiferencia mostrada en el consumo de hombres. Chicas duras e independientes con ganas irrefrenables de tragarse la vida de una sola cucharada. Eran cuatro "Thelma y Louise" intercambiables, pero sin pizca de romanticismo de galería.
Tantos siglos de "machitos con el chorizo por bandera" tenía que producir mujeres con los labios como cuchillas de corta fiambres eléctricos.
Llegó la noche y la playa.
Se descalzaron, se desnudaron, se bañaron y el mar subió diez grados por mujer.
Las uñas de las chicas parecían pequeños cangrejos rojos flotando libres y despreocupados en un océano nocturno, entregado.
Neptuno sonreía al pensar que, por fin, un simple día de playa le ofrecía realizar su sueño de poder dejar el puesto y entregar el dichoso tridente a un merecido montón de cangrejos con el alma totalmente femenina. Sencillo.