El poeta no ha envejecido, ha muerto por la falta de esperanza. Sus versos no han servido de la manera que cabía esperar, sus páginas se olvidan por entre la maleza como se abandona a un niño en un lujoso hall de hotel.
Las ratas hacen la pedicura de la gente. Se mueren los peces en un acuario virtual. Y la justicia social tiene los días contados, siempre que alguna vez hayamos contado a todos.
La decadencia perdió su halo de romanticismo como la atracción por la tropelía ha perdido la exclusividad.
Las grietas de la cordura son bonitas líneas de un tatuaje glamouroso.
Bandadas de cuervos oscuros dirigen la emigración hacia lugares tan cálidos como el infierno.
La dirección no se ha perdido ya que nunca se encontró.
Un poema quizá enternezca un alma. A la multitud sólo le dulcifica la sangre derramada.
El poeta grita su fracaso ante un auditorio inexistente.
Lo mejor de todo es que, hasta la mayor de las corrupciones y abyectas barbaries serán engullidas por la nada.
Pero mientras eso llega, la lírica buceará por entre unos malos tiempos que nunca nos han abandonado.