Nadie ve el momento de la vuelta, allí donde el camino se retuerce y acaba.
Allí donde la calle expira convirtiéndose en callejón sin salida con grafitis de colores pálidos, mutación de grises casi definitivos.
Allí donde la calle expira convirtiéndose en callejón sin salida con grafitis de colores pálidos, mutación de grises casi definitivos.
Atrás quedan los recuerdos en carpetas con imágenes fragmentadas vertidas en cauces de alcantarilla como cenizas lanzadas al cielo de un mar intoxicado y embravecido.
Las esquinas vigilan la mugre.
Mi frente guarda el tiempo.
El viaje se agota sin estridencias. Y tus ojos buscan lo que debería haber hecho.
Sigo transitando un mundo extraño y doliente. Del mismo modo la sangre circula en mi.
Me cuelgan arañas tejiendo el fin.
Casi ya no puedo moverme. Veo con dificultad a través de la red. Aunque el viento fresco agita el paisaje haciéndome creer que la hora de irme no ha llegado todavía. Que son los demás los capullos en peligro.
El camino es largo y duro, preñado de contingencias con regalos de cicuta.
Nadie ve la hora de volver a casa. Ni yo. Aunque sea el único capullo en peligro.
No me veo diciendo adiós con calma y dignidad. Me veo gritando; pusilánime, ridículo, mientras los que me acompañan y quieren me afean la conducta.