Un nuevo día sin mi sombra será igual que sin ella. Los obituarios de periódicos locales no darán señales de mi falta. La radio no recogerá ni lo que está contratado en mi seguro de decesos. La única corona de flores blancas y amarillas que me recordará será la de mi última cerveza consumida. La bandera del paraíso es blanca y dorada, con burbujas en lugar de estrellas. No ondeará por vientos terrenales porque allí no llegan. Estaré a salvo al albur del vacío. Allí no llegará ni mi propia abyección. Aunque cuando me marche dudo de que la sed se olvide de mí y entonces, será ajustado a derecho beberme la inaccesible bandera con un "va por ustedes". No dejaré ni el mástil.
Adiós reina mía. El primer día sin mí no volveré a verte.
Seré un náufrago más. Fallido y estéril. Mi herencia será engrosar la copiosa nómina de los inútiles. La ruleta se fijó en mi apuesta como lo hace un tren al pasar por una abandonada aldea sin estación.
Cuando me marche parecerá que nunca haya estado aquí. A no ser que el primer día sin mí, las amistades y la familia que deje, soplen para agitar levemente mi sucia bandera clavada con torpeza en sus corazones.
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