Solías decir que te gustaba no saberlo todo de mí. Cuidabas mis pliegues oscuros como oro en paño. Decías que así se guardan los cartuchos sin gastar y las sorpresas por consumir. Sabías que en el almacén donde habita la ignorancia solo a ti te pertenece la llave y cual dulce casera poder entrar o salir a tu antojo para llenarlo con ilusiones sin interferencias de la realidad más cruel y prosaica. Decías que sin secretos no se puede vivir y que los planes son para los muertos. Que la emoción de un viaje estalla en un cruce de caminos sin letreros y que las guías se las regalabas todas a los turistas. Tenías los discos sin carátulas, los zapatos cambiados de caja y los carmines más coloristas enfundados en rigurosa piel negra.
Conocerte me ha ayudado a mantener a buen recaudo el sinfín de miserias que me adornan. Desde entonces me visto con tus sueños que cuelgan de mi armario. Es en la penumbra donde luzco mi mejor perfil. Es en la ausencia donde soy la mejor compañía.
Hace tiempo que me hiciste entender que, sin secretos quedamos en nada.
Y guardo celosamente furioso el mayor de mis secretos: Nunca te diré del todo lo mucho que te quiero.
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