Cuando la salud acaba empieza la enfermedad. Cuando los grados se vienen arriba la fiebre luce en la piel como un letrero encendido clamando atención. En ocasiones el médico no está y sin receta no hay medicamentos. Cuando se cruza el protector túnel de la felicidad llega abruptamente la intemperie y con ella la indefensión. El dolor suele vencer a golpes de sustos aunque se muestra inútil contra la medicación o la insensibilidad y no hay nada peor que sentirse innecesario. Tras una eufórica fiesta todos parecen tristes, menos los que no lo parecieron antes. Un corazón roto cicatriza más velozmente cuando más rupturas sufrió. En un hospital se hacinan pacientes sin medicamentos, enfermeras sin bata y doctores interviniendo sin instrumental. El servicio de ambulancias se hace a pie y el personal sanitario pide perdón a los enfermos en camilla durante el trayecto porque es lo único que hay en el botiquín de primeros auxilios. Los pacientes más comprensivos no se mueren hasta que no llegan al hospital, unos por solidarizarse con el gremio y otros simplemente por pura educación. Por ello mismo, cuando se pierde la salud de cuerpo o de alma, no se debe olvidar a quienes jamás la tuvieron. Nadie puede evitar la desgracia o la enfermedad, pero todos podemos, a falta de medicamentos, llenar los botiquines de perdón y consuelo.
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