En un rincón de la mente enferma se archivan los deseos más ingrávidos como subrepticios cardenales de pasión en una caja fuerte sin llave. El amor se engarza en el daño como la emoción en el peligro y la posesión en la entrega.
Los latidos se baten mejor con tenedores herrumbrosos que con castas plumas de ángel. El enamoramiento fructifica mejor en un delirante lodazal que en una amable parcela.
El deseo es un error impecable. Un habitáculo sin luz de sombras infinitas. Un pulcro golpe grasiento. Una pelea amañada. Sencillamente, un fatídico desliz.
Los amores desordenados se acumulan en el dietario de la humanidad como las dignas soledades en los olvidados archivos de la ruptura humana.
El amor no se mide por la cantidad de golpes recibidos. A no ser que sean recibidos por mentes enfermas o por corazones desorientados.
El corazón es una máquina extraña, tanto como al cuerpo que pertenece.
La vida es un escenario extraño, tanto como al mundo al que pertenece.
Por tanto el desamor es en definitiva un amor golpeado, pero ordenado.