La ley demográfica se ha inclinado a favor de la muerte. El recorrido se estrecha por la presión de los años en las columnas de cristal y por la dura sequedad en las viejas almas. Si el mundo conocido comienza a desaparecer quizá lo más apropiado sería dejar de hacer planes de futuro. Si el olor a tierra revuelta está en todos lados, mejor sería entregarse a ella sin hacer apenas ruido.
Hay sepulturas esperando oportunidades.
Las pasiones se archivan en necrópolis, tal vez por falta de estímulos. Los seres más canallas llegan y callan. Los más violentos suspiran por recibir lo que dieron. Y los demás tan solo depositan lo que ya no importa. Nadie quiere ser enterrado en un lugar que nadie recuerde pero, esa voluntad no se otorga el último día, se va fabricando desde el primero.
Ya no caben más muertos en esta tierra. Ni en la otra. El hacinamiento colapsa cualquier desagüe. Nadie dijo que un bonito funeral te excluya de morir. Los espíritus vienen y se van con el frío viento del capricho esparciendo frágiles huesos por la tierra de la nada. El mundo es un cementerio rebosante incapaz de recibir más lágrimas fosilizadas. Tiene el estómago a punto de explotar y desea reventar. Desea tener un merecido descanso obedeciendo a la ley demográfica.
Y encontrar un cementerio en cualquier piadosa estrella.
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