El aprendizaje en el amor empieza en uno mismo. Si construyes amores sobre tu odio, tienes un problema. Mírate al espejo y si lo que ves no te gusta, ponte manos a la obra y, con humildad, haz mejoras. Sonríe más de lo que te pide el cuerpo, reflexiona sobre lo que esperan de ti y actúa. Esto no significa ser servil, simplemente lanza generosa alegría alrededor. No ames por unas míseras monedas, hazlo por lo que vale un sentido gemido. No escupas al aire, lo más probable es que al caer empañe tus pestañas con el rocío que producen los estúpidos. No me malinterpretes, esto no quiere ser un jodido sermón, solo es pensar en voz alta sobre mis propios desatinos. Cuando te crees mejor que cualquiera, empieza el desastre. Cuando no sientes la necesidad de nadie, te vas a hartar de ti mismo. Y cuando te ves con fuerzas para derrotar a cualquier débil, el que caerá en la lona serás tú. Yo no he necesitado a nadie para pudrirme. Solo Dios se basta a sí mismo y no albergo duda alguna en que, hasta para Él, tanta melancólica prepotencia es una pesada carga.
Amarte a ti mismo es una primigenia necesidad. Otros se encargarán de llenarte de desprecio. No hagas el trabajo de otros.
En el mismo instante en que empieces a quererte, entrarás en el club de los deseados.
Y estarás en disposición de ser querido.
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