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miércoles, 1 de abril de 2015

APUNTANDO AL INFINITO


¿Nunca has apuntado al infinito sin miedo a perderte en él?
Pletórico de candidez, bisoño y ridículo se patina sin remedio. Aunque peor es no tomar riesgos y dejar que te sepulte la duda en vez de la vergüenza.
¿Nunca has saltado sin paracaídas?
Vale, buscas la cueva más profunda si los mofletes del culo reciben un golpe del demonio al fracasar estrepitosamente... Pero, ¿y si caen en un mullido sillón?
Bien, vayamos a la historia sin inútiles requiebros:
Varios fines de semana en la misma discoteca, con la misma compañía. Todo agradable, casi divertido. Y una cosa lleva a la otra, siempre que no dejes por el camino las entendederas, la cosa y sobre todo a la otra. Pasado de frenada, se disimula y punto patético. Y cuando crees que el grado de risión toca techo, resulta que tras el cielorraso hay una cámara llena de jamones secándose. El último gag patrocinó el último día. Largo como un duodeno.
A mediodía se mascaba la tragedia en la tienda de discos, al comprar el casete recién publicado del grupo más cool, guardado en el bolsillo con celo hasta la hora de la entrega, como quien guarda la llave universal que abre cimas. Y simas.
Por fin cae la tarde en la misma disco de siempre, con la misma compañía. Todo agradable, aunque un poco tenso. El plástico que envuelve la casete tiene vaho de tanto baile nervioso. Llega la novedad que incluye un acompañamiento extendido hasta la casa de la otra. La torpeza se consuma en un beso que nadie hubiera querido recordar. Aunque cada vez que suena la canción, alguien tiene la tranquilidad que da haber apuntado alguna vez al infinito. Con un par.

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