No abundan los lugares donde el dolor se gira para transformarse en placer. Son tan escasos como valiosos. La mayoría de las veces pasan sin llamar la atención. Pasan de puntillas y en silencio, secretamente.
Son llamaradas de un impávido fuego oculto que asalta corazones afortunados. La velocidad del trayecto impide ver los pequeños rincones de luz. Los sitios luminosos existen a pesar de la oscuridad infinita. Los sabores salados recuerdan al mar como los estómagos vacíos al hambre.
Pensar en el pasado no detiene al futuro. Y ocultar la infamia mejora la imagen sin detener su hedor. No abundan los lugares sin secretos. Ni los sentimientos sin intereses ocultos. La vida es una enferma pasarela donde pisan tacones altos y vistosos, unidos a suelas sucias, tanto como las imperfecciones carnales que transportan. El corazón es un débil vampiro que huye de la sinceridad como del ajo y, cual pudorosa folclórica, nunca dirá su edad real a plena luz del día.
Y bien mirado, sin secretos, la ilusión perece.
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