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sábado, 30 de septiembre de 2017

PASAR PÁGINA CON EL DEDO MOJADO EN SALIVA CARMESÍ. (Dedicado a mis amigos Moi, Celia, Ademar y Nay).


Sentir el profundo dolor que produce un amor malogrado es una enfermedad que termina curando, más por lo que se aprende que por lo que se sufre. La mejor estadística y con buen tiempo escupe fracasos en la mayoría de relaciones, dejando al éxito a la altura de la imposibilidad, a la categoría de excepción, a meras ilusiones inalcanzables para la mayoría de los mortales. Para llegar a esas raras imperfecciones hay que haber pasado por la inocente pérdida de la pureza. Hay que haber sentido el más duro de los abandonos. Sentir que mereces soledad y castigo. Que no queda nadie tras de ti. Cualquiera, en cualquier momento, ha deseado morir. Unos de pena, otros de rabia. Y los que no sufren ni padecen, pasan sin pena ni gloria. Hay bares de suelo con serrín para absorber hemorragias de sangre y llanto, allí donde las copas terminan tan vacías y tan rotas como los labios que en ellas se depositan. Hay que salir de esos lugares cuando a la noche no le queda ni el nombre, cuando puedes dejar allí con indiferencia los restos completos de un corazón asqueado de escupir febril desconsuelo. Alguna vez todos allí nos hemos visto. De vista, al menos. Y si conseguimos llegar a casa, tras un descalabro tan lamentable, habremos pasado página. Y entonces podremos amar y ser amados sin falsas expectativas, llenos de cardenales, pero de alguna forma nuevamente puros y alegres. Y de nuevo, hasta la verdad más cruel y abrumadora tiene sus imperfecciones. Hay labios que apuran el licor de la felicidad sin haber roto ni copas ni corazones. Sin haber tenido que dejar para ello sus huellas en serrín alguno.
Ni falta que les hace.         

viernes, 22 de septiembre de 2017

VIVIR, AMAR, MORIR


Hasta que no pierdes en el amor, no sabes lo que es amar. Hasta que no pierdes la vida, no sabes lo que es morir. Entre tanto nos dedicamos a distraernos, a no pensar en lo amargo del existir, a pasar sin pensar, a reducir el tiempo al instante. No hay otra forma de soportar el hedor de la conciencia. Un buen chiste en un entierro dulcifica la miserable levedad que nos envuelve. El dolor es necesario para saborear el placer del mismo modo que la carencia estimula el deseo. Saber que nada somos solo se supera con un pellizco de humildad y con una bofetada de humor de esas que duelen y curan. No es decoroso hacer a los demás responsables de nuestras miserias, aunque algo tengan que ver. Hay que separar lo que nos une. Sentir furia, asco y hambre en tu interior no es novedoso para una civilización tan antigua como doliente, y quieras o no, a ella perteneces. Deja que esa humanidad retorcida pase por ti como un delicado desliz, afortunado y feliz. Llena tu segundo de gloria de chistes, amor y vida para dejar a la muerte sin nada.
Llévatelo todo.     

sábado, 16 de septiembre de 2017

A TODO VOLUMEN


El vigor tiene sus días contados, como la insalvable juventud. Mientras tanto, mejor pasar los dos fugaces regalos a todo volumen. Se pasan rápido, con más razón para no dejar nada que llevarse cuando huyan. He estado en fiestas que han durado más. Cuando crees haber aprendido la coreografía de la despreocupación, te encuentras a solas haciendo el payaso en medio de la pista y al equipo de limpieza pidiendo entre risas que vuelvas a casa, si el ridículo más absoluto te lo permite. Bailar tiene sentido si hay música. El dolor tiene su sentido tras un golpe. Pedir la última copa en un bar cerrado hace horas, no. Igual, quedarse fuera de la hoguera siendo fuego, es un inútil e irreparable gasto. Si estás en esa dulce temporada donde el fruto grita de esplendor, no lo dejes caer sin haber recibido profundas dentelladas, tan desesperadas que dejen a la satisfacción vacía de deseo en su totalidad. Mientras dure, mejor gastar los orgasmos que nos tocan cuando los órganos sean cañones que disparan, que cuando sean tuberías sin presión que lánguidamente derraman el recuerdo de un plácido líquido que una vez fue devastador oleaje. La música se escucha cuando hay un medio capaz de transportarlo, cuando hay una húmeda joven oreja esperando con ganas de morir de placer al convertir la física presión sonora en percepción divina e irreal en un joven cerebro todavía sin pudrir. Entonces y solo entonces, mejor a todo volumen.
En todo esto, hay una paradoja. Si consigues llegar vivo y disfrutado a casa cuando la fiesta parece haber acabado, comienza otra tan interesante y divertida que, yo al menos, no me pienso perder.           

jueves, 7 de septiembre de 2017

CARICIAS Y GOLPES


Las historias se escriben con lo real y con lo imaginario. La juventud es una dulce promesa destinada a no cumplirse. El vigor más resplandeciente acabará lánguidamente opaco. Allí donde la belleza explota inacabable, retozando ingenua, crecerá la mugre. Es difícil mantener el tipo mientras se va cayendo. La misma tierra que sirve de patio de colegio para acariciar alegremente pequeños pies de tierna carne servirá como morgue para recibir sus descompuestas extremidades cuando la hora del recreo termine. La relatividad es el único concepto en el que caben las caricias y los golpes. Según donde se fije el punto de vista, habrá placer o dolor. Cualquier paraíso que se precie oculta un infierno en toda regla. Los motivos para el entusiasmo son intercambiables también con la depresión. Pasarán infinitas almas y no se podrá distinguir si sus huellas pertenecieron a cuerpos malditos o bondadosos. Entre la infección y la salud solo hay una transmisión patrimonial, y si el nuevo dueño paga sus impuestos, colabora con el bien común. Si hay estupidez en el mundo es porque hay estúpidos. Si hay sensatez en el mundo es porque hasta la imbecilidad tiene sus fallos. De nada sirve esquivar las pequeñas trampas si al final hay un enorme socavón insalvable inventado por un charlatán sin escrúpulos que, solo Él ríe sus gracias. Tanto esfuerzo por construir belleza, soportando golpes y caricias, para no conseguir ni un ápice de frescor en este lodazal de locura. El suicidio no sirve. Quizá, mentir. Imaginar que hay vida en el sueño. Que el sueño es la vida. Quizá ahí, y solo ahí, lo real no llegue.