Hasta que no pierdes en el amor, no sabes lo que es amar. Hasta que no pierdes la vida, no sabes lo que es morir. Entre tanto nos dedicamos a distraernos, a no pensar en lo amargo del existir, a pasar sin pensar, a reducir el tiempo al instante. No hay otra forma de soportar el hedor de la conciencia. Un buen chiste en un entierro dulcifica la miserable levedad que nos envuelve. El dolor es necesario para saborear el placer del mismo modo que la carencia estimula el deseo. Saber que nada somos solo se supera con un pellizco de humildad y con una bofetada de humor de esas que duelen y curan. No es decoroso hacer a los demás responsables de nuestras miserias, aunque algo tengan que ver. Hay que separar lo que nos une. Sentir furia, asco y hambre en tu interior no es novedoso para una civilización tan antigua como doliente, y quieras o no, a ella perteneces. Deja que esa humanidad retorcida pase por ti como un delicado desliz, afortunado y feliz. Llena tu segundo de gloria de chistes, amor y vida para dejar a la muerte sin nada.
Llévatelo todo.
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