Hay personas que son capaces de bailar encima de un caballo o de un ferrocarril sin vías. Tienen la extraña facilidad de sacar ritmo a una procesión de quietos, a una fila de beatas esperando la confesión o a una sala de espera en un gabinete experto en divorcios. Tienen la asombrosa cualidad de dotar de color cualquier dibujo al carboncillo, de hacer saltar a las lombrices o de quitar hierro a la peor metedura de patas. Son escasos los casos en los que te los cruzas, se diría que nadie los ha visto, pero existen. La oportunidad de verlos es tan ínfima como encontrar un político honesto en activo. Hay gente que está hecha para el baile y otra no. Hay pistas de baile, llenas de torpes bailarines, deseando que acabe la música y la bebida cuanto antes. Pero cuando aparece un bailarín adecuado en medio del caos, hasta al más inepto lo convierte en aceptable, hasta la locomoción más sin sentido parece tenerlo y todo cambia. Hay personas que hacen a las otras sentirse mejor y es difícil de creer. Es difícil creer que pueda haber alguien capaz de bailar encima de un caballo, quizá solo sea un rumor en una sórdida esquina, una ilusa aspiración en medio de una tediosa realidad, una necesaria mentira para zombis pusilánimes. Es como quien dice haber visto un ovni y no estar loco.
El otro día vi un hombre bailando encima de un caballo. Doy fe.
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