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jueves, 31 de octubre de 2013

LA ÚLTIMA CUESTA



Cada primero de noviembre subíamos la última cuesta tras la cual asomaba el cementerio acompañados de un frío pelón que coloreaba los mofletes. En las manos llevábamos paños y flores para limpiar y decorar las tumbas. El circuito se ampliaba con el tiempo. También nos permitíamos curiosear por ajenas biografías, imaginando cómo fueron, inspirándonos en una foto, en un nombre.
En esas fechas los camposantos son para reunirse y celebrar el paso por la vida de quienes la agotaron. No todo lo cercano a la tragedia lo es. De hecho las tragedias solo pertenecen a los vivos. Todo muerto deja sus pasiones a un lado. La tierra y la losa apacigua al más pintado. 
La calma de la necrópolis nos contagiaba de tal forma que salíamos de allí dejando sin efecto las inquietudes mundanas, al sentir la certeza de que todos volveríamos tarde o temprano. Aunque, a día de hoy, las encuestas confirman que todo quisqui  de corazón en activo opta por ser visitante antes que residente. Pero volviendo a la poética de lo trágico, el temblor con origen en lo impresionables que éramos y no en el frío otoñal, venía de los nichos más recientes escritos a tiza, caligrafía tan provisional como la carne allí albergada. Cuando fuimos ni personas adultas ni niños, el pensar en la muerte nos proporcionaba un extraño alivio entre tanta energía sin control, fogosidad, drama e incertidumbre. Por ello la última cuesta, antes de vislumbrar el cementerio, dulcificaba nuestro carácter, relativizando cualquier tragedia, empequeñeciendo el dolor insoportable que conlleva vivir y agigantando el placer que también atesora. Por ello, subir la última cuesta cada primero de noviembre suponía celebrar que, hasta la más abyectas acciones humanas tuvieron, tienen y tendrán sus días contados.

jueves, 24 de octubre de 2013

HUMO



Los cajones estaban atestados de suspiros fotográficos, de colores con olor a plástico, de golpes emocionales sin fecha. El mueble que los contenía estaba arañado y sin lustre en medio de una gélida habitación decorada con prisas.
La casa había perdido llave y dueño prácticamente a la vez. El inmueble no aparecía en el último catastro, escapando así a las fauces del recaudador. El municipio enfermo de alzheimer había olvidado su nombre. Una vez estuvo escrito en un blanco cartel a la entrada del pueblo que, al caer en la cuneta como lo hace un diente, lo dejó mellado. Pertenecía a un país exhausto, de fronteras difusas, carente de embajadores. Sin un lugar en el mapa estaba abocado a ser una leyenda. Sin un concreto nombre de dominio no llegaba a ser, ni tan siquiera, un país virtual. Su mundo no daba señales de vida en ninguna galaxia conocida. Quizá no haya existido nunca. 
Los cajones estaban llenos de humo. Humo sobrevalorado.

jueves, 17 de octubre de 2013

ARRASTRADO



En el verano del dos mil seis las calles estaban llenas de serpientes y yo era una de ellas. Me ayudaste a cambiar de piel bajo el sol de tu presencia. Creí renacer, pero sigo arrastrándome. 
Eran viejos lugares, viejos tiempos con olor a fracaso tras un éxito nunca alcanzado. Las  fotos eran antiguas antes de revelarse. La dirección jamás fue la correcta y las penas abundaron. Vi un mendigo a la puerta del salón de juegos, una puta en la pared del convento y un poeta firmando un crédito. 
Estando a la altura de los pies se hace dificultoso mirarte a la cara. Tuviste que agacharte para recoger las monedas que esparcí. Poca renta para tanto esfuerzo. 
Los ancianos morían a patadas en la cola de la vida. Pedí la vez y olvidé a quién. Sigo arrastrándome como culebra de ansiedad por entre desperdicios. El oro de tus ojos no merecen verlo, lo sé.
En las tiendas se han agotado los productos y en la fiebre los grados. Nadie compra pimientos en las farmacias, ni amor en un nido de serpientes. 
Cada verano agradezco tus manos extendidas hacia mí, en un gesto desinteresado y repetido, para ayudar a levantar a alguien que nunca estuvo de pie.

miércoles, 9 de octubre de 2013

BESOS AL DESCUIDO



Aunque me duche con enfermiza asiduidad y me cambie de ropa más veces que un único actor en una obra coral, parezco falto de aseo. Soy una andrajosa compañía aunque me acicale con puntilloso esmero. Dicen, no sin razón, que la primera impresión que causo en la gente es de luto, de hecho le entran ganas de mandar flores a mi nicho a través de una empresa de paquetería. No es algo que me moleste. Casi me siento bien en el papel de quien provoca compasión, al fin y al cabo es una forma de ser querido. Que me quieran es lo único que me hace feliz y equilibrado, aunque sea por excéntricos y falseados caminos, al menos así no me pueden odiar. 
Aparte de lo anterior, también tengo secretos. Los inmundos me los salto. No soy masoquista: Atesoro firmes conocimientos. Sé que dar besos al descuido seduce a las almas más ricas. Un abrazo sin pedirlo ablanda al más pintado. Ser respetuoso con los desconocidos sin motivo aparente te hace algo más guapo. Tener un gesto tranquilo ante una ofensa, confunde al más desatado. Sonreír sin sarcasmo invita a que los demás se unan. 
De todo lo anterior, solo me esfuerzo en llevarlo a cabo con los míos. Y lo consigo a duras penas. 
Nunca he dado un beso al descuido si antes no me lo dieron a mí. Nunca abracé gratuitamente. Siento desprecio de quien nada puedo sacar. Me caliento ridículamente cuando se ríen de mí y me río a mandíbula batiente cuando es otro el objeto de burla.
Lo cierto es que, por mucho que me duche, apesto.

viernes, 4 de octubre de 2013

PREFIERO EL CAMINO LARGO Y DIFÍCIL



Llamadme perdedor, lo agradeceré.
El sacrificio tiene un no sé qué. La pérdida te da una posición ventajosa, cercana a un raro triunfo. 
Cuando caes hasta el fondo, un cielo te espera.
El grado de mejora se mide con la cantidad de fracaso continuamente acumulado.
La encrucijada es una oportunidad de negocio, si no equivocas la dirección. Todo acierto es relativo. La facilidad vende los duros a pesetas. Los que crecen a costa de empequeñecer a los demás, tienen la esclava certeza de que forman parte de una cadena irrompible. Nunca serán libres. El desprecio al resto se lo impide.
Prefiero ser víctima a verdugo. Prefiero caminos dificultosos a atajos de victoria. La competición es un cuchillo que separa a los vencedores de los vencidos. A no ser que únicamente lo utilices contigo para recortar tus excrecencias. Y si alcanzas el pulso de un cirujano en la maniobra disectiva, compartirás lo mejor de ti con los demás en el cajón de las medallas de oro. A eso le llamo competición. 
Competir es perder. 
Perder es compartir.
Aunque no lo consiga, ese es mi sueño.
Llamadme soñador, lo agradeceré.