Llamadme perdedor, lo agradeceré.
El sacrificio tiene un no sé qué. La pérdida te da una posición ventajosa, cercana a un raro triunfo.
Cuando caes hasta el fondo, un cielo te espera.
El grado de mejora se mide con la cantidad de fracaso continuamente acumulado.
La encrucijada es una oportunidad de negocio, si no equivocas la dirección. Todo acierto es relativo. La facilidad vende los duros a pesetas. Los que crecen a costa de empequeñecer a los demás, tienen la esclava certeza de que forman parte de una cadena irrompible. Nunca serán libres. El desprecio al resto se lo impide.
Prefiero ser víctima a verdugo. Prefiero caminos dificultosos a atajos de victoria. La competición es un cuchillo que separa a los vencedores de los vencidos. A no ser que únicamente lo utilices contigo para recortar tus excrecencias. Y si alcanzas el pulso de un cirujano en la maniobra disectiva, compartirás lo mejor de ti con los demás en el cajón de las medallas de oro. A eso le llamo competición.
Competir es perder.
Perder es compartir.
Aunque no lo consiga, ese es mi sueño.
Llamadme soñador, lo agradeceré.
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