Aunque me duche con enfermiza asiduidad y me cambie de ropa más veces que un único actor en una obra coral, parezco falto de aseo. Soy una andrajosa compañía aunque me acicale con puntilloso esmero. Dicen, no sin razón, que la primera impresión que causo en la gente es de luto, de hecho le entran ganas de mandar flores a mi nicho a través de una empresa de paquetería. No es algo que me moleste. Casi me siento bien en el papel de quien provoca compasión, al fin y al cabo es una forma de ser querido. Que me quieran es lo único que me hace feliz y equilibrado, aunque sea por excéntricos y falseados caminos, al menos así no me pueden odiar.
Aparte de lo anterior, también tengo secretos. Los inmundos me los salto. No soy masoquista: Atesoro firmes conocimientos. Sé que dar besos al descuido seduce a las almas más ricas. Un abrazo sin pedirlo ablanda al más pintado. Ser respetuoso con los desconocidos sin motivo aparente te hace algo más guapo. Tener un gesto tranquilo ante una ofensa, confunde al más desatado. Sonreír sin sarcasmo invita a que los demás se unan.
De todo lo anterior, solo me esfuerzo en llevarlo a cabo con los míos. Y lo consigo a duras penas.
Nunca he dado un beso al descuido si antes no me lo dieron a mí. Nunca abracé gratuitamente. Siento desprecio de quien nada puedo sacar. Me caliento ridículamente cuando se ríen de mí y me río a mandíbula batiente cuando es otro el objeto de burla.
Lo cierto es que, por mucho que me duche, apesto.
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