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jueves, 17 de octubre de 2013

ARRASTRADO



En el verano del dos mil seis las calles estaban llenas de serpientes y yo era una de ellas. Me ayudaste a cambiar de piel bajo el sol de tu presencia. Creí renacer, pero sigo arrastrándome. 
Eran viejos lugares, viejos tiempos con olor a fracaso tras un éxito nunca alcanzado. Las  fotos eran antiguas antes de revelarse. La dirección jamás fue la correcta y las penas abundaron. Vi un mendigo a la puerta del salón de juegos, una puta en la pared del convento y un poeta firmando un crédito. 
Estando a la altura de los pies se hace dificultoso mirarte a la cara. Tuviste que agacharte para recoger las monedas que esparcí. Poca renta para tanto esfuerzo. 
Los ancianos morían a patadas en la cola de la vida. Pedí la vez y olvidé a quién. Sigo arrastrándome como culebra de ansiedad por entre desperdicios. El oro de tus ojos no merecen verlo, lo sé.
En las tiendas se han agotado los productos y en la fiebre los grados. Nadie compra pimientos en las farmacias, ni amor en un nido de serpientes. 
Cada verano agradezco tus manos extendidas hacia mí, en un gesto desinteresado y repetido, para ayudar a levantar a alguien que nunca estuvo de pie.

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