Llegaron elecciones a un país vencido por decreto, inclinado para depositar papeletas en urnas a la altura del suelo.
El Presidente de la mesa electoral sonríe dejando brillar un diente de cobre y la vocal hace gárgaras con la boca pequeña al cantar el nombre del único ciudadano que aparece. Ha terminado la jornada y sólo un voto se recuenta. Quedan restos del ágape y una bolita de papel de plata queda en un rincón como la última luciérnaga de acero que ilumina el fracaso de los grandes partidos.
Las ruedas de prensa se retrasan. Con tan deslucido resultado, los asesores tienen dificultad a la hora de escribir el discurso de victoria de los candidatos. En anteriores consultas, las gráficas de las televisiones eran una tarta, ahora es un palillo con una leve inclinación.
Las banderas bajo los balcones de las más afamadas sedes no tienen manos que las hagan ondear. Las musiquillas de los partidos no sirven ni para hacer el amor.
En las principales calles de la nación sólo quedan aves comiendo geranios.
El Gobierno en funciones es un escuálido ente sin más promesas por incumplir.
A los mercados no les queda incendios por desatar.
Los trenes llegan vacíos y desencantados a la estación del norte. Pero una leve inclinación del último vagón lleno de urnas muertas, alienta con su decadencia la inspiración de un poeta extranjero despistao que pasaba por allí, para escribir versos de esperanza que publicará con gran éxito en su joven y todavía no inclinado país.
En cuanto comenzó a triunfar, consiguió dinero prestado, poder político y una leve inclinación que nadie supo adivinar como el principio del fin.
De él y de todos.
Aun transportándome a tediosas épocas vividas (o no llegadas a vivir) percibo un advenimiento de nueva apatía, cambios y transformaciones gateando para corregir y volver a corromper el rumbo de la "citizen"
ResponderEliminar