El aeropuerto acumulaba expectación, besos latentes y silencio apenas roto por aviones despegando que nadie parecía oír. La atención estaba en las llegadas.
Pablo y varias personas más esperaban la vuelta de sus familiares respectivos. Extraños esperando conocidos. Había un niño de pelo alborotado deseando abrazar a su padre y no soltarlo en toda la semana de navidad que iba a durar la visita. Había una chica con los labios hinchados cual tarjeta de débito donde se depositan los besos a cuenta. En un aparte se encontraba un hombre de los que se visten para pasar desapercibido. Esperaba a su mula. Cerca de Pablo, una familia risueña esperaba al hijo estudiante con beca en el extranjero, aunque en realidad venía agotando los recursos en otros menesteres desde el primer curso. Tras Pablo había un hombrecito de flor en solapa esperando a otro igual gracias a una cita a ciegas por Internet.
Todos estiraron el cuello al ver acercarse el avión de los deseos. Tras un momento de confusión estalló la algarabía. El niño saltó a los brazos de su padre con la fuerza de los muelles del corazón. La chica fundió la tarjeta derrochando su contenido. El hombre inadvertido recogió una maleta de un joven sudoroso. La familia rodeó al futuro licenciado con un candor apabullante. Las flores hicieron un ramo.
Y el aeropuerto quedó en soledad apenas rota por Pablo.