Una mariposa revolotea sobre un mundo deshecho, moribundo, banal. El aleteo es imperceptible y desencantado.
El invierno expulsa la llama, el sonrojo, la definición, el canto.
La vejez se agazapa en una clínica de estética y el nicho estira el morro relamiéndose, festejando la llegada de su inminente inquilino.
Un muerto azucarado, un caramelo de hielo.
El paladar es un pórtico por donde se escapa el alma.
Los senderos confluyen en una vía muerta cuando los pasos son sólo huellas.
Baratijas en venta sin comprador.
Despojos y jirones, huesos sin carne, llamaradas en la Antártida, cubitos de gin-tónic en un Sáhara de gránulos de azúcar.
El rocío resbala por la ventana de una pastelería como el caramelo líquido por un flan reseco.
El viento del norte acabará apagando las velas de todos los cumpleaños, por ello sigue siendo rentable comerse el pastel antes de pagarlo.
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