Sobrevivir a un lunes mortecino es el triunfo del martes que queda a los pies del miércoles puritano y olvidado por un jueves de saliva húmeda, preámbulo de la verdadera comilona llamada viernes. Día de la semana irreverente, pícaro y untuoso; donde explota enamorada la materia perfecta.
Fue un viernes de abril cuando los amantes dieron un golpe de estado, cuando la apatía resbaló por el desagüe, cuando el peso de la zozobra fue más frugal.
Gin-tónic de fresas, aroma de cigarrillos de contrabando, sustancias mal vistas de precio caro y gestos felices tan puros como las estrellas cercanas.
De oro el brillo del sudor de bailarines intoxicados, de hierro plateado los pezones ocultos en un mar de abrazos, de fiebre azul los latidos más desesperados y de lija abrasiva los ojos en blanco por el placer.
El sábado no tiene opciones, ha perdido su dominio en Internet. Se conforma siendo un apéndice del viernes. Tiene elección al estar entre el principio y el final: ¿Viernes o domingo? Al fin y al cabo la cabra siempre tira al monte. No seré yo quien le juzgue.
Sobrevivir a un viernes significa que podrás apartar con empujones de deseo al próximo lunes, al martes, al miércoles y al jueves. Tengo una rara salivación...
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