A veces me siento como un muerto bajo tierra con un soplo de vida extra.
A veces la lluvia que me ahogó en el verano del sesenta y cuatro no termina de secar y enfriar la piel que rodea falazmente mi interior lastimoso.
La luz reflejada en copas de vino agrio me ciega bajo gafas de sol graduadas.
Tanta torpeza no puede tener rédito, tanto tiempo malherido debería concluir.
Una pizca de lucidez entrega agradecimiento por los tiempos dulces pasados.
Conversaciones jugosas dilatadas que detenían amaneceres, fiebre de una juventud hambrienta y necesitada, brindis por un futuro prontamente arrugado.
Segundas oportunidades, correcciones permitidas y un grueso soplo de viento fresco para mover huesos vacíos.
Aunque tengas el corazón lleno de musgo y moho no dejará de latir mientras le llegue vino, caricias y sol.
En algún lugar indefinible se depositan sustancias imperecederas, transportadas por un viento sutil que aniquilan la culpa, capaces de hacer florecer la redención.
A una borrasca le sigue un anticiclón, a toda juerga le llega su resaca.
A veces me siento como un viento ya pasado, sí; pero agradecido.
Me gusta cuando dices: "Aunque tengas el corazón lleno de musgo y moho no dejará de latir mientras le llegue vino, caricias y sol".
ResponderEliminarGracias por comentar David C. Las cosas más pequeñas y cotidianas pueden llegar a ser las más importantes.
EliminarUn saludo.