Lo veía tan claro desde el moisés que los mocos le sabían a caviar. Sólo tenía que especializarse en pasar el tiempo lo más finamente posible; en vivir silbando; en cumplir el trámite con sutil arrogancia hasta que llegara su hora feliz.
Perder el tiempo con elegancia le reportaría más placer cuando su estrella explotara, resplandeciendo como un traje de espejos en un escaparate orientado al sol del mediodía.
Sería un cometa sin la traba de la fugacidad. Sería una gran estrella deseada, imponente, incontestable.
Iba como un rayo hacia el éxito, para una vez allí, instalarse cómodamente y oír el murmullo de la admiración como quien oye pajarillos enfrascados en sus cosas. Pueden estar o no, pero adornan.
Su llegada al estrellato provocaría toda una revolución, desbancando mediocres, imponiendo una nueva escala de valores, dejándolo todo patas arriba y asombrando por doquier.
Sería un moderno Jesucristo desempolvado, actual y ducho en asuntos terrenales.
Lo nunca visto. ¿Alguien lo ha visto? Yo no.
A no ser que forme parte del club de los que confunden ganar y perder con dar y recibir. Entonces las estrellas de esta categoría existen y ciegan, pero saben a pura mierda con un ligero regusto a exquisito caviar, eso si.
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